El punto de
partida de este análisis, se inicia desde un centro educativo. En el último año
de bachillerato teníamos una visita obligada con el orientador para hablar de
nuestro futuro. Cuando me preguntó qué tenía en mente o si había algo que me
llamase la atención, no pude evitar soltar “la educación”, tenía claro que
quería aprender a enseñar para poder cambiar todo desde la base, una
oportunidad para aportar mi granito de arena. Pero entonces le dije “voy a
empezar con la educación infantil, pero mi objetivo es la educación especial” y
su única respuesta fue decir “oh! tienes alguna persona cerca con discapacidad,
¿verdad?”, a lo que yo contesté negativamente. Al orientador no se le ocurrió
otra cosa que preguntarme “¿Y por qué quieres estudiar eso?”. Lo dijo tan
extrañado que no he podido olvidar ese momento.
¿Por qué alguien
querría dedicarse a personas que tienen grandes dificultades? Esa es la duda de
mucha gente, cuando en realidad yo veo tan lógico que alguien quiera ayudar a
los que más necesitan adaptarse. Pero no porque no puedan, sino porque la
sociedad se lo complica. La propia sociedad perjudica a las personas,
independientemente de aquella dificultad que tengan, en la medida en que no
puedan o no quieran adaptarse. Las personas tenemos en nuestra mano cambiar las
cosas, sólo necesitamos el querer hacerlo, iniciativa, ganas, formación,
ilusión, confianza en hacerlo. Y ahora estoy aquí, comprendiendo lo más
importante de esas ideas mías que sorprendieron a mi orientador, el aceptar a
los demás tal y como son, independientemente de sus características. Qué mejor
recurso para lograrlo que la educación, ya lo dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa para cambiar
el mundo”.
Mucho se habla
de la diversidad, de la inclusión y su antagonista, la exclusión. La diversidad debería verse
como un conjunto de características (factores físicos, genéticos, culturales y
personales) que hacen a las personas y a los grupos de ellas diferentes
(Arnáiz, P. 2003). Es algo natural en el ser humano puesto que no hay dos
iguales, el problema está en que usamos este concepto con aquellas personas que
en primera impresión son diferentes, es decir, los discapacitados.
En cuanto al término
inclusión, con fines educativos, se le pueden dar diferentes versiones pero su
valor principal es que cualquier persona se sienta incluido, es decir,
reconocido, tomado en consideración y valorado en sus grupos más cercanos,
véanse la familia, la escuela, las amistades, el trabajo, etc. Y luego tenemos
su contrario, la exclusión, que no es más que el mero hecho de rechazar,
privar, categorizar, etcétera a las personas por aquello que las diferencia. No
puedo evitar ver la absurda relación que tienen: si la diversidad son aquellos
elementos que nos diferencian y la exclusión es el rechazo por ser diferente
algo falla. La diversidad es algo innato en el ser humano, es natural e
imposible de erradicar, si esto es así ¿Por qué pretendemos enseñar de la misma
forma a todo el mundo?
Existen elementos que provocan que la inclusión se convierta en
una exclusión para muchos, estos son las barreras que se han establecido a lo
largo del tiempo por las tradiciones y culturas sociales. Esto ha influido de
tal forma en la educación que se han ido limitando los aprendizajes del
alumnado como puede ser el currículo establecido. Si lo analizamos bien, éste
podría ser un impedimento para promover la igualdad de oportunidades de
aprendizaje. Esto es evidente por el hecho de que el alto porcentaje de fracaso
escolar está entre el alumnado ordinario, si hay algo que tenemos que tener
presente es que “cualquier alumno puede
experimentar dificultades para aprender en un momento u otro de su
escolarización” (Echeita, G. y Simón, C. 2007).
Estos elementos enlazan con el hecho de que la mayor parte de la
sociedad tiene la absurda idea de que aquellos a los que hay que ofrecer una
inclusión educativa son a los discapacitados, a los que desconocen el idioma
del país en el que residen, a los que se encuentran en riesgo social, etc., es
decir, a los grupos más vulnerables. ¿Acaso dos alumnos aparentemente
ordinarios no tienen diferentes aprendizajes? Puesto que todos somos seres
humanos, individualizados y únicos, lo más normal sería que a cada uno de
nosotros se nos ofreciese una correcta respuesta educativa para suplir nuestras
necesidades.
Para encaminarnos hacia la
inclusión debemos tener presente el concepto de equidad, el cual busca promover
la valoración de las personas sin importar las diferencias socioculturales o de
género. Sí, tenemos numerosos ejemplos a lo largo de la historia que muestran
la falta de equidad y empatía que tiene la sociedad, pero ya no sólo me refiero
al gran grupo. Cada uno, de forma individual y a través del día a día, de lo
cotidiano, debe poner en práctica la equidad, valorando a cada ser humano por
lo que es, sin importar nada. La sociedad es responsable de que las futuras
generaciones no abandonen la idea de un futuro sin discriminación por muy
lejano que parezca, por lo que hay que realizar un análisis pormenorizado de
todas las barreras que afectan al aprendizaje, las cuales no son pocas. Se debe
denunciar la existencia de una exclusión escolar que provoca que haya una
exclusión social; en mi opinión, coincido con la idea que repetidas veces ha
salido en los textos analizados sobre la importancia de la educación en
valores. Tal y como dice Echeita, es importante escuchar y empatizar con los
sentimientos de los alumnos para así generar en ellos las emociones que
fomentarán un cambio respecto a la crítica y categorización social. Siempre he
considerado que es más importante educar primero en emociones, enseñarles a ser
personas, con valores e ideas que defiendan sin tener en cuenta sus
diferencias. Da igual lo inteligente que seas, lo mucho que sepas, si no logras
participar en la sociedad de forma íntegra y ofreciendo la misma tolerancia que
tú te mereces.
Evidentemente
hay que destacar la comunidad educativa; el papel primordial del profesorado
para provocar estos cambios. Ken Robinson, en su libro “Escuelas creativas”
alega que hay que capacitar a los alumnos para desarrollar sus intereses y
cualidades personales. Los profesores deben tener en cuenta todas las diferencias
que se presentan a la hora de enseñar, esto implica flexibilizar el plan de
estudios. El plan de estudios convencional se centra en una serie de contenidos
específicos, pero las escuelas deberían facilitar ocho competencias
fundamentales a sus alumnos, yo las llamo “las ocho Ces”, las cuales son: la
curiosidad, la creatividad, la crítica, la comunicación, la colaboración, la compasión,
la calma y el civismo (Robinson, 2015). Aunque en mi
opinión yo incluiría una más: la confianza.
Ya sabemos que
existen dos tipos de profesorado: el profesorado generalista y el profesorado
especialista. Atendiendo a todas las teorías se observa tal contrariedad que es
difícil ponerse de acuerdo; unos dicen que hay alumnado especial y alumnado
general, cada cual tiene su respectivo profesorado. ¿Acaso un profesor general
no debe recibir formación especial? Defendemos la idea de que el alumno es el
protagonista, que el profesorado debe dar respuesta a todas las necesidades del
alumno, yo me adapto a él, entonces todo docente, sin importar la especialidad,
debería recibir una formación cualificada. Siempre se van a necesitar
especialistas como de Pedagogía Terapéutica y de Audición y Lenguaje para trabajar
ciertos contenidos o reforzarlos. No podemos olvidar la situación política que
se vive en España y cómo influye en la educación. Es complicado que en una
clase de 30 niños se lleve una enseñanza individualizada y el hecho de que haya
alguna dificultad en el alumnado le suma más trabajo, pero no es imposible, y ahí es donde se
coordinan los profesores especialistas y los generalistas. Se crean planes para
poder mejorar la situación, hacerlo más sencillo en la medida de lo posible. Un
ejemplo es el “Index for Inclusion” (Booth y Ainscow,
2002), en el cual se elaboraron unas políticas inclusivas que deberían
aplicarse en la educación con la colaboración de toda la sociedad, porque en
ello se basa esto, en construir una comunidad que establezca valores
inclusivos. La educación debe producirse en un ambiente libre, justo, respetuoso,
que incite a la participación de los alumnos en aquellas cosas que despierten
su interés. Hay que motivarles.
Gracias
a muchos investigadores ahora tenemos a nuestro alcance muchas estrategias y
técnicas para llevar acabo la inclusión. Muchos modelos de intervención
didáctica para la atención a la diversidad se sustentan en el principio de
inclusividad, cuyo objetivo es la no discriminación. En Estados Unidos, por
ejemplo, existen numerosos programas para ayudar al alumnado interracial, se
sabe que allí la diversidad cultural está a la orden del día y por ello gran
parte de la comunidad educativa se ha dedicado a trabajar en estrategias
motivadoras que ayuden al alumnado a encontrar su elemento. En España tenemos
programas y proyectos que se centran en la diversidad idiomática y cultural.
Existe el programa “Escuelas de Bienvenida”, el cual ha sido un éxito para la inclusión
de alumnado extranjero, es de escolarización transitoria con un tiempo
limitado, abierto, flexible y con una adecuada evaluación. También están las
“Aulas de Enlace” o el “Programa MUS-E”, basado en fomentar el uso de las artes
para favorecer la integración y prevenir la violencia. Estas y muchas otras son
grandes herramientas de apoyo para la comunidad educativa.
Los colegios son un
instrumento clave para proporcionar igualdad de oportunidades a todos, es un
lugar en el que se conocen, comparten y conviven personas de diferentes grupos
sociales, es decir, es un espacio de integración social. Con
el tiempo se ha comprobado que el currículum escolar es único, no cambia, y por
tanto es el alumnado quien se ajusta a lo que le exigen. Pero, ¿y si no puede?,
el profesorado está evolucionando hacia un cambio más inclusivo en el aula, sin
embargo se encuentra con barreras que entorpecen dicho proceso. Profesores y
padres han comprobado que se necesita una alianza para que haya un clima
escolar positivo e igualitario. No hay un guión que nos diga cómo lograrlo, la
inclusión es un proceso que se inicia en el interior de cada uno, es un cambio de
mentalidad, una recolección de ideas, de pensamientos y valores. Así surgió, a
raíz de unos profesionales que confiaban en que las cosas podrían cambiar, tal
y como pasó con Itard y “el niño salvaje de Aveyron”. María Montessori por
ejemplo. Ella quiso educar a los caracterizados como “no educables”, fue
criticada hasta la saciedad y actualmente el método Montessori es uno de los
más relevantes en la educación. Si crees en algo, defiéndelo, así se producen
los cambios.
Actualmente, en
mi aula de prácticas hay una alumna ciega y el profesorado -no sólo su tutora-,
se interesa por cómo adaptar materiales, cómo dirigirse a ella, cómo incluirla
en el aula y es realmente gratificante ver profesionales tan entregados, las
familias colaborando, se respira inclusión en el colegio. Porque ese es otro
punto a analizar, ¿inclusión o integración? Esta alumna recibe apoyos dentro
del aula, con los demás compañeros, quizá es molesto escuchar un ruido aparte
que les distraiga, pero también aporta cosas buenas. Los compañeros la tienen
como a una igual, saben cuándo ayudarla y se respira compañerismo, tienen que aprender
a ignorar el ruido de la Máquina Perkins porque les va a acompañar durante
mucho tiempo. Y por no hablar de los beneficios emocionales y sociales, cuando
en un aula hay un alumno diferente y los demás tienen que comprender su
situación, se produce una evolución de su capacidad emocional, de su empatía.
Así que si la pregunta es si la educación de calidad se puede dar en un
ambiente de inclusión, mi respuesta es un rotundo sí. Las habilidades
personales y sociales son un contenido a enseñar, ¿qué mejor forma que
mostrándoles las diferencias en su entorno más próximo? Son situaciones que
hasta que no las ves con tus propios ojos no te das cuenta de si se pueden
lograr.
Los
miembros de la comunidad educativa deben coordinarse para sumergirse en este
tira y afloja de la inclusión frente a la exclusión. Para abordar la inclusión
de la forma correcta tenemos que tener en cuenta tres cosas: primero debemos
formarnos los profesionales, cambiar nuestra perspectiva y desear el cambio
para estar seguros de lograrlo. En segundo lugar, debemos colaborar los unos
con los otros para idear las mejores estrategias para ayudar a nuestros alumnos
a desarrollar sus capacidades y esto relaciona con lo último: debemos observar
y conocer a nuestros alumnos, cada detalle, característica, habilidad,
debilidad, familia, emociones, etcétera para poder darle la mejor respuesta
educativa. Conoce a tus alumnos, deja que ellos te conozcan, trátalos como a un
igual, motívales y lo más importante, confía en ellos para que aprendan a
confiar en sí mismos y se conviertan en su mejor versión, para que aporten lo
máximo posible y se sientan satisfechos con sus resultados. No hay mayor
satisfacción que el hecho de ver como aquello en lo que crees se vuelve real,
que tiene resultados y beneficia a quienes va dirigido.
Paula Catalán Fernández